sábado, 10 de abril de 2010

EL ESPACIO DE LA PSIQUIATRÍA

Desde el año 2009, miembros del Sector Santa Cruz de la ACF de Bolivia, sostenemos un diálogo sobre la práctica clínica con psiquiatras y residentes en psiquiatría del Hospital Psiquiátrico San Benito Meni . Como resultado de este enriquecedor diálogo hemos encontrado como punto en común el lugar, que la “ciencia” le otorga a nuestros particulares saberes, en tanto que psicoanálisis y una línea de la psiquiatría actual trabajan con una noción de cuerpo y de síntoma diferente a la que concibe la medicina tradicional. Es dentro de este marco que el Dr. José Ariel Rojas Martínez colabora en este número del Boletín "Agalma", con un artículo que refiere al recorrido que ocupa la psiquiatría en la “ciencia” desde sus inicios hasta hoy.
A continuación, el artículo escrito por el Dr. José Ariel Rojas Martinez - Médico Psiquiatra, Responsable del Departamento de Docencia e Investigación del Hospital Psiquiátrico "San Benito Menni." Las enfermedades mentales, como el resto de las enfermedades, han sido y aún lo son, terreno de la magia y de la religión durante siglos. Recién hacia 1800 comienza en Francia, con Philipe Pinel (1745-1826) y su “Tratamiento Moral” el primer esbozo de una rama médica que plantea la observación y descripción de las conductas de los enfermos. Uno de sus discípulos, Esquirol (1782-1840) instaura el primer curso de formación para estos nuevos especialistas, quienes en los años posteriores, describieron y clasificaron las múltiples formas de insanía. Para entonces y luego de la introducción del término por el alemán Johann Reil en 1803, la psiquiatría como rama de la medicina y práctica científica estaba dando sus primeros pasos. Desde mediados del siglo XIX, dos figuras marcan la dirección a la cual se dirige esta joven especialidad. Por un lado Kraepelin (1856-1926) quien sostiene la atenta escucha del paciente respecto de su enfermedad como pilar para la descripción de los síntomas que padece y por otro Freud (1856-1939), que introduce la teoría del inconsciente y la técnica del psicoanálisis en la cultura y la ciencia. Con los años, la medicina ha desarrollado diversas y avanzadas técnicas de evaluación y terapéutica que han hecho más tratables a las enfermedades. Los progresos son evidentes y se extienden de lo macro a lo microscópico, incluyendo una gama de intervenciones y ante todo, métodos diagnósticos con el uso de marcadores biológicos e imagenología, que desnudan cada centímetro del cuerpo y su funcionamiento. Así, el modelo de “enfermedad” ha funcionado para la medicina, sin embargo y pese a los notables y laboriosos esfuerzos de muchos, otro ha sido el curso para la psiquiatría. Enfermedades tratadas antes por psiquiatras, como la neurosífilis y algunas epilepsias, saltaron al saber de la neurología en el momento en que se definió su etiopatogenia y quedó claro su tratamiento. Mas, los esfuerzos por aproximarse a una medicina curativa y no solo descriptiva, comenzaron a dar frutos en el nacimiento de la psicofarmacología. En 1949, John Cade, un psiquiatra australiano, probó la utilidad del litio para el tratamiento de pacientes maníacos. En 1950, Denicker y Delay, dieron vida al síndrome neuroléptico con el uso de la clorpromazina, el primer antipsicótico farmacológico, antes de lo cual, las técnicas para estos pacientes consistían en baños fríos, shocks insulínicos y la muy útil, pero siempre controvertida terapia electroconvulsiva. Historias parecidas se vivieron con los antidepresivos, en los que cabe especial mención a la llamada “Píldora de la felicidad”, Fluoxetina, que inspiró culturalmente a parte de la década de 70’s y 80’s. Estos avances y los intentos por perfeccionarlos, como la búsqueda incesante de antipsicóticos no-neurolépticos y de antidepresivos, obligaron a establecer clasificaciones consensuadas que sirvieran de plataforma para la investigación y aplicación de las nuevas medidas terapéuticas y se alejaran del modelo longitudinal de la psicopatología descriptiva, apoyándose en la fenomenológica y su eterno deseo de identificar causas en el orden de lo real para los síntomas de la mente. Empujada de algún modo por el movimiento “anti-psiquiatría”, esta especialidad se ve en la obligación de una rectificación conceptual; renunciando a tratar “enfermedades”, para pasar a tratar “trastornos”. De tal manera, los manuales diagnósticos y estadísticos de mayor difusión y uso, el DSM-IV de la Asociación Americana de Psiquiatría y el CIE-10 para la salud mental de la OMS, describen en listas de criterios diagnósticos a “Trastornos Mentales”, entendiendo que estas entidades, no se ajustan al modelo de enfermedad. En el 2003, la Asociación Americana de Psiquiatría concedió la presente declaración: "La ciencia del cerebro no ha avanzado al nivel en que los científicos o clínicos puedan señalar ya las lesiones patológicas o las anormalidades genéticas que en sí mismas sirvan como biomarcadores confiables de una enfermedad mental dada o un grupo de trastornos mentales... "(2). Sin embargo, no se puede negar que la investigación para esclarecer esta hipótesis, está en manos de otro actor en la escena de la medicina actual. Richard Smith, antiguo editor de la "British Medical Journal” escribió sobre cómo la industria farmacéutica puede sutilmente influenciar lo que los médicos creen que es científicamente válido: "Debo confesar que me tomó casi un cuarto de siglo de editar el BMJ para despertar al hecho de lo que estaba pasando"(3). Desde entonces Smith ha estado poniendo en alerta al mundo científico sobre los peligros en el sistema actual de difusión del conocimiento médico. Quienes reciben visitas de laboratorios de fármacos intentan ser seducidos por productos, que en estudios patrocinados por sus mismos fabricantes, muestran notables variaciones en remisiones y resultados, tratando cada nueva molécula, de forma eficaz a un mayor número de “Trastornos” al mismo tiempo. Ante esta oportunidad invaluable, de reintegrarse al vientre materno médico y su modelo biológico, muchos psiquiatras intentan elaborar listas de combinaciones psicofarmacológicas y de medir sus resultados terapéuticos solo ante la luz de la prescripción, bajo la premisa que aquel paciente que no mejora, es un paciente mal medicado, quizá olvidando que en la medida en que la psiquiatría trata de cerrar conocimientos se aleja más de su propio espíritu abierto a la escucha y la descripción y se aproxima más a su prehistoria, centrando la curación en solamente quien la administra y su comprensión única y subjetiva de quien padece. Al respecto, el Dr. Aníbal Goldchluk, psiquiatra y psicoanalista, expresa en relación a la formación en médicos psiquiatras: “La diferencia está entre los que tienen formación psicoanalítica y los que no, en cuanto a poder advertir fenómenos clínicos que entran en consideración con lo subjetivo e histórico de una persona” (4). Uno no quita lo otro, y la necesidad de la psicofarmacología y especialistas médicos que la administren está más que sustentada, como lo aclara Julio Moizeszowicz, otro psiquiatra y psicoanalista: “El que administra la medicación está preparado en los aspectos cuantitativo-químicos de las invasiones neuroquímicas al aparato psíquico, en las que la palabra no tiene acceso….y sí lo puede hacer el fármaco que baja en forma categórica una invasión cuantitativa que desorganiza el aparato psíquico, sea un antipsicótico que desciende químicamente la misma, o un antidepresivo que aumenta la cantidad de estimulaciones del aparato” (5). Entonces, el psiquiatra puede articular aquello que le otorga ejercer una rama médica y aquello que lo involucra frente a un sujeto sufriente y su historia, de la cual padece. En lo personal, pocas veces estuve tan de acuerdo como hace unos días, con un amable Neurólogo, sub-especializado en epilepsias, que en una plática expresaba: “Con todo respeto creo que la psiquiatría no existe, es la neurología de lo que no se sabe”. Me gustó mucho el concepto acerca de ese particular espacio para la psiquiatría.
(1) On the 16 August 2003, six "psychiatric survivors" with a history of mental health treatment in the United States began a hunger strike to challenge the American Psychiatric Association (APA) (2) Smith, Richard, "Medical Journals are an Extension of the Marketing Arm of Pharmaceutical Companies", 8 julio 2006 & 17 mayo 2006, PLoS Medicine Vol. 2, No. 5 (3) y (4) “El Psicofármaco y la clínica psicoanalítica”, Roberto Neuburger y Mario Pujó, 2008: www.elpsitio.com.ar

SÍNTOMA, AMOR Y LAZO SOCIAL

Por Fabiana Chirino O.
El ser humano es un ser social por naturaleza, postula la psicología. Ubicando a la relación con el otro en el orden de lo natural, de lo común e intrínseco a todo sujeto, como una capacidad y necesidad de vincularse con otros de su especie. Sin embargo el psicoanálisis planteará que no hay nada de natural en el lazo social, en tanto es una construcción posibilitada por el lenguaje y por lo tanto marcada por el desencuentro y la imposibilidad de una relación unitaria que promete hacer de dos sujetos: Uno. Si el sujeto hace lazo con el otro, como efecto de la marca significante, de su inclusión en el campo del Otro del lenguaje, cabe darle al síntoma una función. Esto porque lo que al ser hablante le permite relacionarse es cierta modalidad singular de goce, subyacente en el síntoma. Así, el síntoma como una construcción subjetiva que entrama la paradoja del goce: mal- estar en una dimensión, y placer o ganancia en otra, se constituye en lo más propio de un sujeto, en tanto condensa su historia y los recursos propios de su estructura. De modo que el síntoma pasa de ser una categoría eminentemente simbólica, que a modo de metáfora incluye el desplazamiento de contenido inconsciente que lo causó, a inscribirse como el cuarto nudo que en la neurosis enlaza lo simbólico (significantes), lo imaginario (identificaciones) y lo real (punto irreductible de goce). Es un efecto del nombre del padre y del pasaje por el Edipo, que se constituye en una modalidad en la que el sujeto se sostiene para hacer lazo con el Otro. Esta teorización, correspondiente al último momento de la enseñanza de Lacan, nos remite al uso del síntoma y al trabajo de análisis, que a diferencia de la psicoterapia no se “esmera” en levantar el síntoma, sino en vaciarlo de su sentido de goce. Goce sentido, sentido de goce son elementos que el sujeto neurótico transporta en sus dichos, explicaciones e interpretaciones de aquello inaprensible, inasible por la lengua y que es la No existencia de La Relación Sexual, entendida como la ficción de la unión y comunión de dos en Uno, metáfora del amor. Lacan en el Seminario XX, Aún dirá: “El amor es impotente, aunque sea recíproco, porque ignora que no es más que el deseo de ser Uno, lo cual nos conduce a la imposibilidad de establecer la relación entre ellos. ¿La relación de ellos, quiénes? – dos sexos” (Lacan; 2006:14) (1). Es por ello que frente a la imposibilidad e impotencia de hacer de dos, Uno, y la angustia frente al vacío de significación que represente a La Relación sexual, el neurótico “inventa” un síntoma, una forma de hacer lazo y de hacer consistir la relación entre un hombre y una mujer, como una proporción sexual, que asegure la felicidad en el encuentro. Se trata de un intento fallido que a pesar de sostener al sujeto en una posición, no logra cubrir la hiancia, de allí su insistencia y repetición. Notas: (1) Lacan, Jacques. Seminario XX: Aún. Ed. Paidos, Ed. 2006

UNA APROXIMACIÓN PSICOANALÍTICA A LA LITERATURA

Por Alejandra Hornos H. "Esperando que un mar sea desenterrado por el lenguaje, alguien canta en el lugar en el que se forma el silencio. Luego comprobará que no porque se muestre furioso existe el mar, ni tampoco el mundo. Por eso cada palabra dice lo que dice y además más y otra cosa."
Pizarnik, Alejandra. En: Obras completas. Buenos Aires, Corregidor, 1994.
En la constante de hacer lazo con el otro, utilizamos el lenguaje para comunicar, para expresar lo que sentimos, queremos, deseamos. Tejemos con palabras sentidos que intentan significar la esencia de lo que queremos comunicar y en esta tarea cotidiana muchas veces escuchamos o decimos; “no encuentro las palabras…”, “si pudiese encontrar las palabras precisas….” “no me alcanzan las palabras….” Y tantas otras frases que algo dicen de lo insuficiente del lenguaje. Inclusive en muchas oportunidades decimos, escuchamos, leemos o escribimos palabras “inventadas” recreadas con recursos como guiones o ausencias de espacio, para poder decir “algo más”, infinidades de ejemplos hay en poesías y prosas.
La literatura nos presenta un texto, un tejido hecho de palabras que han sido encontradas para poder significar algo, pero a la vez un espacio en el cual las mismas podrán ser des-encontradas para poder ser escuchadas como “letra viva” en el inconsciente del autor y del lector, quienes optimizan ese espacio para reconocerse. Una aproximación entre psicoanálisis y literatura nos permite entender a esta última como uno de los lugares en el que el inconsciente encuentra un espacio para revelarse.
Escrito por el autor, y leído por el lector, el texto literario halla lógicas de elaboración e interpretación singulares, propias de cada sujeto. Lógicas, de una realidad psíquica a las que el sujeto no puede acceder directamente pero sí a través de los sucesivos desvíos que construirán un “texto” propio. Las representaciones de la pulsión que han sido reprimidas pretenden pasar al plano consciente y aparecen veladas en sueños, lapsus, olvidos, chistes, síntomas y al ser elaboradas desde lo simbólico del lenguaje, producirán un texto literario. Las obras literarias narran, nada más y nada menos, que una tragedia: “la tragedia del yo”, la cual no es otra que la de “haber dejado de reinar en su propia casa".
El texto literario puede entenderse como un recurso para nombrar de alguna forma “lo que no cesa de no inscribirse” y haciendo borde en el límite entre lo real y lo simbólico se constituye en un lugar de goce estético en el cual el sujeto puede acceder a conocer algo de sí. Tanto la literatura como el inconsciente alertan sobre la existencia del registro de lo real, que quedará como nunca dicho, registro que no es otro que “la roca viva” de la que habla Freud y que Lacan llamará “la Cosa”. Literatura e inconsciente, "quieren decir lo que no se dice" y así comparten condensaciones y desplazamientos; metáforas y metonimias. Una reconocida escritora argentina: Alejandra Pizarnik, hace letra viva de lo expuesto anteriormente en uno de sus “textos”... “…cada palabra dice lo que dice y además más y otra cosa". Las palabras “dicen lo que dicen, pero también más” y ese “más”, no será suficiente, habrá un “resto” imposible de significar y es por eso que las palabras intentan decir “otra cosa”, una que sin embargo nunca será cabalmente dicha. Algo de lo que quiere decirse podrá ser aprehendido mediante la palabra y su tejido, pero no todo, “No todo es significante”, dirá Lacan. En la incesante búsqueda del sujeto de tratar de hacer lazo con el otro mediante el lenguaje, la palabra será: “salvación y calvario”, hablamos, para dar cuenta de lo percibido pero la palabra no alcanza para dar cuenta del universo, hablamos para atrapar algo de lo que se nos presenta en él. “Las palabras matan la cosa”, dirá Lacan retomando a Hegel, y lo hacen para que el universo acceda a ser nombrado, significado. Sin embargo, quedará un resto… porque la palabra no alcanza. La palabra que no alcanza, mata la cosa para que las palabras tengan nombre y sin –embargo, quedará un “resto” imposible de significar.

martes, 12 de mayo de 2009

UN LUGAR PARA EL AMOR

Por Alejandra Hornos H.
Una de las constantes que se evidencian en la práctica clínica, son los relatos de encuentros entre hombres y mujeres, que más que encuentros son des-encuentros. Los tan mentados “juicios por defraudación”, juicios entablados al otro idealizado en un primer momento; están a la orden del día. Se hace evidente la “amnesia de los cuentos de hadas”, hombres y mujeres olvidamos que el príncipe azul antes del beso era un sapo y que la hermosa princesa era la bruja antes de la poción mágica. Las demandas quedan evidenciadas: “ya no es como al principio”, “algo cambió, no es la persona que yo conocí”, “ahora veo la otra cara de la moneda” cuando en un principio… creían ver la “cara de Dios”. Lo cierto, es que estos “problemas de pareja” infaltables en lo real de hacer lazo social, no solo afectan a los hombres y mujeres que las conforman, también afectan en forma directa a la vida familiar en general; llegando en muchas oportunidades a su máximo exponente: “la violencia intrafamiliar”. Parafraseando a Sigmund Freud, de lo que da cuenta la “patología de la vida cotidiana” es que hombres y mujeres, lejos de resolver “abismos relacionales”, los ahondan y profundizan. Jorge Luis Borges, escritor argentino; cita en uno de sus poemas referido a la ciudad de Buenos Aires “…no nos une el amor sino el espanto, será por eso que te quiero tanto…” y si bien Buenos Aires es una ciudad, parece que en esto de hacer lazo con el otro u lo otro del amor, las modalidades son similares. Hombres y mujeres, en numerosas ocasiones parecen estar unidos más que por el amor, por el espanto. En el juramento sacramental de “permanecer unidos hasta que la muerte los separe”, parece jugarse el destino inevitable de la relación: la muerte del amor. En lo cotidiano de la “experiencia amorosa”, el enlace y desenlace entre el amor, el deseo y el goce; cobra un espacio relevante en su permanencia. Su combinatoria da como resultado la construcción de organizaciones libidinales diferentes, algunas tendiendo al “principio del placer” y la mayor parte tendiendo a un “más allá” de este principio. Retomando la cita de Borges, y pensándola como letra viva del alma de los sujetos sufrientes, se vislumbra que justamente la unión por el “espanto” tiene que ver con la pulsión mortífera: “el goce”. Para quienes están poco familiarizados con la teoría psicoanalítica estructural, el “goce”, es el nombre que Lacan da a la “pulsión de muerte” freudiana, refiere al “placer en el sufrimiento”. Uno podrá preguntarse, ¿quién elegiría, desde lo consciente sufrir y seguir adelante con modalidades de relación nocivas? Sin embargo, ya Freud hablaba de la pulsión de muerte y la compulsión a la repetición, remarcando la tendencia en el género humano a ir “más allá del principio del placer” y no solo eso, sino también a hacerlo en una forma repetitiva. En la actualidad, hombres y mujeres refieren en sus habituales quejas: “yo no tengo alma de mártir”, sin embargo se quedan, citando parte de la letra de un viejo tango…“como abrazado a un viejo rencor”. Si se tratara solo de elegir en forma consciente, la mayor parte de nosotros huiríamos hacia el lado contrario de las “tortuosas relaciones amorosas”, pero parece que tenemos una inclinación marcada al “bolero” y justamente viene a mi mente la dulce voz de Ana Belén junto al buen mozo de Antonio Banderas; cantando el bolero “no sé por qué te quiero”. Tras repetir el título en la balada ella pregunta: “… ¿será que tengo alma de bolero?” y en el devenir musical, Antonio, reprochando que Ana lo trata como a un perro entona: “…piensa que es libre porque anda suelto, mientras arrastra la soga al cuello”. Pensamos que somos libres, pero la “soga que arrastramos al cuello” es la ignorancia sobre nuestro goce y nuestro deseo, lo que creemos querer muchas veces no es lo que deseamos y allí se produce parte del gran desencuentro. Ser libres nos remite a poder elegir y a hacernos cargo de nuestras elecciones. La ética psicoanalítica apunta a una responsabilidad plena, no solo de las elecciones conscientes, sino también de las inconscientes. Posibilitar al sujeto conocer de su goce y su deseo es posibilitar que sepa “donde está metido”. Si no conoce de su goce y de su deseo, ¿Cómo responsabilizarse de las elecciones? Si no sabe “dónde está metido” sólo puede elegir desde un lugar, el lugar de la repetición.
¿Qué oferta entonces, el psicoanálisis? Oferta un espacio de escucha y trabajo más allá de lo emocional. Un enfoque desde el cual si bien se considera que desde lo universal se persigue el bien para todos, en lo particular de cada uno de los sujetos encontramos su goce. Si desde el universal lo que aparecen son las intenciones, desde lo particular encontramos la responsabilidad y las consecuencias. Conocer del goce y del propio deseo, permite al sujeto dejar de decir “¿Qué he hecho yo para merecer esto?”. Saber “donde está metido” abre al sujeto la posibilidad de elegir y accionar en una lógica del no-todo, en la que siempre que se elige, algo se pierde. El tratamiento psicoanalítico opera actualizando la castración, ubicando un lugar vacío, símbolo de una falta indispensable para que el encuentro amoroso sea posible. Un encuentro que más que ello, presentifica un desencuentro en el cual el modo de salida es mediante el amor, ya que éste al decir de Lacan, Permite al goce condescender al deseo (1). Cuando un hombre y una mujer se encuentran, lo hacen para participar de la “comedia de los sexos” (2). Para bailar, como puedan, la danza de la “no-relación sexual”. Esa no-relación que el amor procura velar pero que apenas consigue poner en escena en tanto las mujeres y los hombres no son otra cosa que falsificaciones del Otro del la madre y del padre, lo que llevó a Lacan a afirmar que “no existe LA relación sexual” (3). El psicoanálisis con Lacan, formula la imposibilidad de que exista una norma de la relación entre los sexos. Si no hay satisfacción plena y si no existe una norma, a cada uno le queda inventar una solución particular que se apoya en su síntoma. Solución más o menos distintivas, original, sostenido en mayor o menor medida en la tradición y en las reglas comunes. Sin embargo, puede también remitir a la ruptura o a una cierta clandestinidad. Se evidencia entonces, que la relación entre los sexos no tiene una solución que pueda ser “para todos”, marcada por el sello de lo que no tiene cura se mostrará indefectiblemente defectuosa, ya que en el ser hablante, el sexo remite al “no-todo”. La relación sexual no existe, sólo existen relaciones sexuales. Lacan también dirá que tampoco existe LA Mujer y con esto quiere significar que no es posible agrupar a las mujeres en un universal que las englobe a todas (3). Ellas son, “una por una”, sin armar un conjunto. Si La relación sexual no existe y tampoco existe La mujer… ¡¿Qué existe entonces?! Lo que existe es “una relación sexual” entre un hombre y una mujer teñida en las particularidades del uno por uno y caso por caso. No existe el todo que completa la falta esencial por estructura, existe el sapo-príncipe y la bruja-doncella (o viceversa según la escena de la comedia de los sexos en la que estemos involucrados en ese momento). En algún tiempo de la experiencia amorosa los ideales caen, he aquí lo insoportable de que algo pueda faltar. Existe una mujer y un hombre en un encuentro sexual; que más que encuentro es des-encuentro, por tanto soportar la falta del Otro y la propia, será una posible salida.
Notas 1. Lacan, J. Seminario X: “La angustia”. (2006). Ed. Paidós. Buenos Aires, Argentina, 2. Miller, J. A. “De la naturaleza de los semblantes”. (2005). Ed. Paidós. Buenos Aires, Argentina. 3. LACAN, j. Seminario XX: “Aún”. (“2004). Ed. Paidós. Buenos Aires, Argentina.

TRANSFERENCIA: ENTRE EL AMOR, EL SABER Y LA VERDAD

Por Fabiana Chirino O.
La transferencia fue definida junto al Inconsciente, Pulsión y Repetición, como uno de los 4 conceptos fundamentales del psicoanálisis, que refiere a la relación entre paciente y analista, entre un sujeto que dividido desconoce la verdad sobre su padecimiento, y un Otro al que se le supone un saber. Freud, construyó este concepto a partir de los impasses dentro del análisis de Ana O con Breuer, donde evidenció que se trataba del desplazamiento de afectos amorosos (y hostiles) a la persona del analista, pero que en realidad no le correspondían a él, sino al lugar que encarnaba: el Lugar del saber. De allí, el término transferencia, nos remite a transferir, trasladar, trasportar, desplazar algo de un lugar a otro. Lacan en el seminario 11, señala: “la transferencia en la opinión común es representada como un afecto, se la califica de positiva o de negativa. De manera general se admite no sin fundamento, que la transferencia positiva es el amor…” (Lacan; :). Por lo que en su vertiente libidinal la transferencia involucra afectos de amor o de odio transferidos al analista, sin embargo, más allá de la aparente relación dual entre dos personas, la transferencia es un “concepto determinado por la función que tiene en una praxis”, que implica a dos sujetos del inconsciente. Conduciendo el concepto de transferencia más allá de lo imaginario, Lacan plantea una relación entre transferencia y repetición al decir que “lo que no puede ser rememorado se repite en la conducta. Esta conducta, para revelar lo que se repite se ofrece a la reconstrucción del analista” (Lacan; 1999: 135). Este nuevo viraje del concepto de transferencia hacia lo real, lo que se repite en tanto no se articula, lleva a Lacan a discutir la diferencia entre la verdad y el saber. La verdad, no es el saber, sino más bien el no saber!!, esto porque la verdad es aquello de lo cual el saber no puede enterarse, sino haciendo actuar su ignorancia. De allí la tendencia humana a suponer un saber en el Otro. Esta segunda definición, nos remite a la vertiente epistémica de la transferencia, asociada al deseo de saber, y la búsqueda de ese saber en el Otro, lugar inicialmente ocupado por el analista, pero que procurará dejar, para quedar en el lugar de objeto a, que causa el deseo de saber y otorga la verdad, ya que ésta queda velada. La verdad es lo que queda sin aprehenderse, es aquello que a pesar de ser tan buscado, resulta nunca encontrado. Miller en su libro De la Naturaleza de los Semblantes retoma un cuento para explicar la relación entre la verdad y la fábula. Un día la verdad le dice a la fábula: “Una prueba que soy más bella que tu, fábula es que nunca temo aparecer completamente desnuda. Mi velo es el pudor, mis encantos constituyen su adorno, simple e inocente solo persuado en beneficio de la virtud, soy hija de los dioses, alma de los verdaderos placeres, objeto natural de todo lo que piensa, y tu desdichada hija de la ilusión y de la mentira, tu belleza no es más que un disfraz impostor, y tus placeres sueño que se desvanecen”. Ante lo cual la fábula responde: “Oh verdad todos los hombres temen escucharte, pero eres tan difícil de penetrar que escapas incluso a los ojos de la razón…” La razón llamada a dirimir la cuestión señala, que la verdad tan pura como bella, es insoportable, mientras que los ornamentos de la fábula sirven sólo para hacer soportable a la verdad. Este relato nos remite a que la fábula opera como un semblante o velo que encubre la verdad, en tanto ornamentos discursivos o formaciones del inconsciente, que esconden o transfiguran la verdad inconsciente. En este sentido, la transferencia es el fenómeno que se produce entre el sujeto que desde su lugar de desconocimiento, no sabe, lo que encubre la verdad inconsciente que determina su síntoma y su padecimiento, y el analista al que el sujeto le supone un saber, pero que en virtud de su ética, renuncia al saber absoluto, para hacer uso del semblante, de disfraz de saber que el paciente le propone, para mover el deseo de saber del sujeto. Pues de eso se trata, de que el amor, no al analista, sino al saber mueva al sujeto de la posición de goce, de bella alma, de desconocimiento o de queja, a cuestionarse por su deseo y en consecuencia desee saber sobre aquello hasta el momento rechazado. De allí se entiende que la transferencia es motor o pivote de la cura analítica, que articula el amor al saber, conduciéndolo a la vertiente epistémica, a la búsqueda del Agalma ese objeto preciado que está en circulación entre el sujeto y el analista. Por lo tanto, el analista usa la transferencia como una estrategia o estratagema que como en la guerra, permite hacerle frente a las resistencias y sostener el deseo de saber, atemperando el goce y habilitando al sujeto a la dimensión de la falta, del no todo y de la responsabilidad sobre su síntoma, sus elecciones y su posición frente al mundo, produciendo más que efectos terapéuticos, modificaciones subjetivas.
Notas: 1) Lacan “Seminario 11. Cuatro conceptos fundamentales”. Buenos Aires, Argentina. 2006: Ed. Paidós 2) J.A. Miller. “De la Naturaleza de los semblantes”. Buenos Aires, Argentina. 2005: Ed. Paidós

¿QUIÉN ES UN ANALISTA?

Por Liliana Bosia
¿Quién es un analista?, o más precisamente ¿qué significa ser un analista Lacaniano?, es una interrogante que, en algún momento nos hemos planteado todos los que practicamos el psicoanálisis de orientación Lacaniana.
La pregunta de la que partimos es una pregunta que está inscripta dentro de la historia misma del psicoanálisis. Freud creyó durante un tiempo que era posible una identidad del analista, pero las generaciones de psicoanalistas que lo han sucedido nos muestran que esa definición de una identidad del psicoanalista era una ilusión.
Si bien no existe una Universidad que nos otorgue el título de analista, podemos decir con Jacques A. Miller “que en efecto hay una carrera analítica por que cuando una práctica es verdaderamente seria se hace carrera en ella” (1).
Poder decir quién es un analista está estrechamente ligado a los conceptos Lacanianos de: análisis, formación del analista y de escuela.
Entonces, nos dirá Eric Laurent, para ser analista hace falta una formación y la formación analítica descansa en tres pilares:
1) una formación académica, con seminarios de formación teórica.
2) Hace falta el proceso fundamental que conduce de analizante a analista. Esto quiere decir que el candidato a psicoanalista atraviese la experiencia misma del análisis hasta su fin, ¿porque cómo hacer pasar por dicha experiencia a otro? ; ¿cómo conducir una cura para que el analizante logre un saber sobre su goce y un saber hacer sobre su goce, sin saber el analista qué hacer con el suyo? Recordemos que analista se deviene en el fin de análisis.
3) Hace falta también la transmisión de la práctica en las supervisiones o controles. Poder decir quién es psicoanalista se efectúa en procedimientos que tienen lugar en las instituciones analíticas, en las Escuelas “porque un analista nunca está solo sino que depende, como el chiste, de Otro que lo reconozca” (2).
Así el psicoanalista es aquel que afirma haber obtenido de la experiencia aquello que podía esperar de ella, y por lo tanto franqueado también un “pase”.
Notas: (1) J.A.Miller, “El Banquete de los analistas”, ED. Paidos, Ed. 2000 (2) Eric Laurent, Discurso durante el Congreso de la AMP en Comandatura en el 2004.
AGALMA
Un espacio de difusión del Psicoanálisis de Orientación Lacaniana, las actividades de su asociación y el trabajo de sus analistas.
Del Nombre Propio de este espacio de difusión
Este término griego, traducido como ornamento, tesoro, objeto de ofrenda a los dioses y de manera más abstracta, valor; representa el punto nodal de la conceptualización lacaniana del objeto causa del deseo, «el objeto a”. Agalma, por lo tanto, es lo que vale en y por medio del intercambio, por consiguiente apropiado para situar lo deseable en su naturaleza de comercio y de lenguaje.